Rubén Suárez
2018
“Hoy por hoy Díaz-Faes es un artista que domina como pocos las posibilidades de la fibra de vidrio, aplicada con delicadeza y gran pericia técnica, en obras que sonsacan su infinita riqueza de matices y posibilidades visuales”
Ana María Fernández García
Universidad de Oviedo, 2016
2018
Entre el impresionismo abstracto y la abstración
Un artista que aunque se deja ver con escasas exposiciones individuales, viene realizando desde hace bastante tiempo una muy interesante y personal pintura.
Lo que importa es la obra, y la suya es de interés y calidad, un trabajo que acredita tanto personalidad como buen manejo de los elementos plásticos y también una voluntad de evolución y experimentación en la creación pictórica.
2018
Tocar la fibra
La pintura de Alfredo Díaz-Faes (Oviedo, 1960), autodidacta, aunque asistió durante un tiempo al Taller Experimental de Humberto, se caracteriza por una enorme honestidad y un no menor esfuerzo por experimentar con las posibilidades de la fibra de vidrio, técnica que domina en “obras que sonsacan –como expreso Ana María Fernández García en el texto para la galería Orfila (2016)- su infinita riqueza de matices y posibilidades visuales, en un proceso al que se refiere Arthur C. Danto en “Abstracción” que lleva al abandono de la realidad que vemos con nuestros ojos y como consecuencia a la “despictorialización” que caracterizó a las vanguardias. Viene esto a propósito de los últimos trabajos de Díaz-Faes en los que despliega un paisaje informal y barroco con más fuerzas y pliegues que sus puzles de color que tanto recordaban a Paul Klee.
Profesora de Historia del Arte - Universidad de Oviedo - 2016
Sinceridad plástica poseída de color
El pintor Alfredo Díaz–Faes (Oviedo, 1960) sintió desde siempre una profunda atracción hacia el arte, interesándose de manera autodidacta por la ilustración y el cómic, hasta que en 1990 comenzó a asistir al Taller Experimental de Humberto. Fue entonces cuando comenzó a definir un estilo personal que, desde 1994 en formatos colectivos y desde 1996 en muestras individuales, ha logrado importantes galardones y el entusiasmo de la crítica y del coleccionismo. Y lo ha conseguido con grandes dosis de esfuerzo y experimentación continuada en su estudio, con horas de ensayo y con una evidente capacidad de reinventarse como creador.
Poeta (AEAE) y Crítico de Arte (AICA, AECA y AMCA), Economista, Ingeniero.
2016. Publicado en Domus Didaci
153.09* DIAZ- FAES. GALERIA DE ARTE ORFILA. Orfila, 3. Madrid
En el pintor Alfredo Díaz- Faes, (Oviedo, 1960), se concreta el significado exacto del concepto vocación, pues desde edad muy temprana atendió a la llamada del arte de forma autodidacta, hasta encontrar taller y maestro, que concretaron su carácter y método artístico, que ha seguido con rigor, investigando a la vez sobre materiales y procedimientos.
Crítica de arte contemporáneo. Licenciada en Historia del Arte por la Universidad Autónoma de Madrid.
2016. Publicado en InfoENPUNTO
Alfredo Díaz-Faes presenta su obra en Madrid de la mano de la Galería Orfila
La obra de Alfredo Díaz-Faes posee la franqueza de quien se sabe consciente, por su madurez, de las dificultades que la práctica del arte entraña. Desde esa capacidad de entender los problemas internos de la pintura, Alfredo Díaz-Faes ha logrado una manera de hacer personal, espontánea e intuitiva. Una obra que ha sido ya objeto de excelentes críticas y reconocimiento en su tierra natal, Asturias, y que ahora trae a Madrid de la mano de la galería Orfila.
2005
Ventanas a un mundo de color
He atravesado la puerta de esta sala en busca de un estimulo para mi iris que me llegase dentro. En sus paredes cuelgan atrayentes ventanas abiertas a un mundo de color que invitan a asomarse y sin dudarlo me he colado en cada una y me he llenado de su todo...
2000
Cualidades de un pintor sincero
La pintura es para Alfredo Díaz-Faes un lenguaje específico que hace posible el tránsito desde la «visión externa» a la «contemplación interna». De ahí la importancia de la sensación, estado híbrido que pertenece tanto al sujeto percibido como al sujeto que percibe.
1999
DÍAZ-FAES, territorio de texturas
Ganador del premio de pintura convocado el pasado año en su primera edición por la galería Dasto, destinado a obras de pequeño formato, Alfredo Díaz-Faes realiza ahora la exposición a que le daba derecho la obtención de dicho premio y que es su tercera individual, tras dos anteriores en las galerías Altamira y Cimentada.
1997
Del punto a la línea
Enmarcado en una línea de abstracción geométrica, con influencias muy manifiestas del grupo “Der Blauer Riter” fundado en Alemania en 1911 y especialmente de uno de sus miembros Paul Klee, Díaz-Faes retoma en esta exposición aquellas ideas compositivas para aplicarlas, sin duda este final de siglo en poco se parece a sus inicios, con diferentes técnicas y una visión más ecléctica, que a falta de grupo en el que apoyarse se traduce en una asimilación de conceptos y visiones, tamizado, claro está, por un mundo propio. En este sentido su preocupación por las texturas, la introducción de elementos figurativos en medio de las estructuras, el uso del “dripping” son algunos de los motivos que pueden concretar referencias, evidenciar eclecticismos y definir la obra.
Punto de partida
La presente exposición de Alfredo Díaz-Faes Rojo (Oviedo, 1960) es la primera aparición individual en una galería, Altamira de Gijón, tras años de comparecer mediante colectivas. Para tal ocasión ha elegido dieciséis propuestas, en concreto, la obra pictórica más reciente fechada entre 1992 y 1996.
Amalia García Rubí
2016 Publicado en Info ENPUNTO
La obra de Alfredo Díaz-Faes posee la franqueza de quien se sabe consciente, por su madurez, de las dificultades que la práctica del arte entraña. Desde esa capacidad de entender los problemas internos de la pintura, Alfredo Díaz-Faes ha logrado una manera de hacer personal, espontánea e intuitiva. Una obra que ha sido ya objeto de excelentes críticas y reconocimiento en su tierra natal, Asturias, y que ahora trae a Madrid de la mano de la galería Orfila.
En esta primera individual madrileña, el artista ovetense muestra el resultado del último año, con cuadros de todos los formatos, entre cuyas metas plásticas, a las que recientemente se ha enfrentado el pintor, adivinamos el ojo de un magnífico colorista, además de descubrir una inteligencia despierta y cultivada en determinados hitos de la historia del arte. La viveza de estas pinturas, algunas abordadas en amplias superficies y ejecutadas en técnicas mixtas a partir de las mezclas de pigmento con fibra de vidrio, descansa en la armonía cromática de las distintas paletas que maneja, ya sea en tonalidades frías o cálidas, brillantes o tamizadas, donde suele haber un tono dominante a partir del cual se desarrolla todo un espectro de gamas de color altamente sugestivo.
Entre las obras encontramos cuadros como el titulado “Bajo el Mar”, de composición sencilla y esquemática y sin embargo preñados de insondable misterio literario, poético. Otros son plácidos paisajes acuáticos de líricas resonancias simbolistas. En “El Salto”, cuadro estrella de la exposición, las referencias impresionistas a los jardines monetianos parecen de naturaleza más introductoria que contextual, pues el camino elegido por Faes vindica cierta dosis de expresionismo abstracto acorde con los gustos de la modernidad posvanguardista. Lo mismo ocurre en “Otoño II”, cuyas brumas rojizas de un crepúsculo casi infernal tiene tanto de homenaje a la sublimidad romántica turneriana como de singular ensayo pictórico entorno a la idea intemporal de vacío efímero o totalizador.
La alternancia de cuadrados de colores puros abre otro apartado muy diferente en los intereses plásticos de Díaz-Faes, ahora atraído por la sinestesia mágica de artistas como Paul Klee, Kandinsky… El juego de formas-colores esenciales sobre el blanco abismal del lienzo parece una llamada a la ingenuidad y la inocencia perdidas, pero también posee ciertas asimilaciones históricas de las teorías “bauhuasianas” sobre las correspondencias sensoriales entre música y color.
Luis Feás Costilla
2005
El pintor Alfredo Díaz-Faes encontró desde un principio la técnica, óleo sobre fibra de vidrio pegada a tabla o a lienzo, pero parece no haber hallado del todo la manera, que ha ido variando substancialmente desde su primera exposición en 1996. Si hace nueve años comenzó, primero en la galería Altamira de Gijón y luego en la galería Cimentada de Oviedo, con un primitivismo de contornos definidos que tanto recordaba a Klee, a Miró y a Arp, a partir de 1998 derivó hacia un paisajismo romántico de perfiles borrosos a lo Turner, que mostró dos veces en la galería Dasto de Oviedo y otra en la sala del edificio histórico de la Universidad de Oviedo. Ahora, en su sexta exposición individual, y de nuevo en la galería Dasto, parece que retoma los buenos modos abstractos y coloristas de sus comienzos, aunque sin olvidar del todo los paisajes, que quedan como trasfondo intelectual del cuadro, más como concepto que como imagen.
Para reencontrarse con el paisaje, Paul Klee necesitó de un viaje iniciático a Túnez, en el que descubrió definitivamente el color. Alfredo Díaz-Faes, por el contrario, para reencontrarse con el color no ha necesitado moverse ni un centímetro de donde estaba: sólo ha tenido que mirar hacia atrás sin ira, revisar su obra primigenia y darle la vuelta a todo cuanto había aprendido en estos últimos años sobre paisaje, interiorizándolo. Ha retomado el brillante colorido de sus primeros cuadros abstractos y con él ha construido unos paisajes indefinidos y más borrosos si cabe, pero sólo conceptualmente hablando, pues presentan un nítido y claro perfil de proporciones áureas. Los fragmentos de fibra de vidrio que componen las obras y que Díaz-Faes literalmente adhiere al lienzo, tras recortarlos geométricamente, construyen un espacio simbólico reinado por el color, en el que el cielo es azul pero también puede serlo verde, rojo o naranja. Los tonos fríos son los dominantes, pero cada vez se va notando más calor y más vida en sus cuadros.
En lo que se refiere al pintor suizo, la reflexión geométrica y la continua experimentación cromática le sirvieron para profundizar en su universo personal de signos, sin afectar negativamente a la creatividad y al descubrimiento incesante de nuevas formas. Para Alfredo Díaz-Faes, la geometría y el color, aunque sentidos y sopesados, tienen también un carácter lúdico y arbitrario: son producto de lo espontáneo e intuitivo, abierto siempre a lo azaroso, aunque orientado, eso sí, por una práctica de años en el oficio. Paradójicamente, la obligación técnica, el uso necesario del collage, se ha convertido en la principal vía de escape para su creatividad, y aporta una enorme frescura a todo cuanto hace. Alguien podría decir que, en estos últimos cuadros, Díaz-Faes sigue pintando campos, como antes, y es verdad, pero son más bien campos soñados, en los antípodas del deslinde y lo vallado.
Luis Feás Costilla
2010
La obra de Alfredo Díaz-Faes es sencilla de reconocer por el uso que hace de un material, la fibra de vidrio pintada con óleo, y la técnica, el collage sobre tabla o lienzo, en composiciones abstractas llenas de colorido que últimamente tienen una base geométrica.
Esto no ha sido siempre así, pues en sus inicios, en 1996, realizaba un primitivismo de contornos claros que recordaba a Klee, a Miró y a Arp y desde 1998 evolucionó a un paisajismo romántico a lo Turner que ha quedado fijado como fondo conceptual de sus cuadros, incluso los más cuadriculados y aparentemente no evocativos, pero desde un principio ha utilizado la misma técnica, que le ha aportado frescura y los necesarios impedimentos parauna rigurosidad excesiva.
Los fragmentos de fibra de vidrio recortados geométricamente que Alfredo Díaz-Faes adhiere al lienzo se subordinan voluntariamente a lo que es más importante, el color, cuyas gradaciones componen realmente la obra, le dan vida y autonomía a pesar de estar hecha de múltiples pedazos, que se reintegran en un todo espontáneo y lúdico, carente de rigidez.
Eso se aprecia cuando el espectador se acerca al cuadro y descubre que el ensamblaje de los recortes no es perfecto, que las junturas se notan a simple vista, que los intersticios de los fragmentos dejan traslucir un fondo de color distinto, según un procedimiento cuyos primeros resultados ya mostró en su exposición en la galería Dasto de Oviedo, en 2005.
En la actual, compuesta por algunas piezas grandes, bastantes medianas y un nutrido grupo de piezas pequenos, la principal innovación es que en alguno de los cuadros ese fondo no tapado por la fibra de vidrio se enseñorea del lienzo entero, dejando libres y sueltos los fragmentos pegados, transformándolos en alegres tiras de confeti coloreado que recuerdan las verbenas y las ganas de fiesta y convierten en revoltijo que se sube a las paredes lo que antes era mucho más contenido y reposado.
Ver recorte de prensa
Ángel Antonio Rodríguez
2002
En la exposición de Alfredo Díaz-Faes en el Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, hace año y medio, me llamó la atención la capacidad del pintor para interiorizar sus vibraciones partiendo de soñados paisajes que, muy lejos de lo imitativo, se movían idealizadamente, bajo herencias casi invisibles. Entonces, las gamas cálidas y el color rojo dominaban la muestra, habitada por lujos profundos, trabajadas texturas, lecturas existencialistas e inteligentes referencias a una realidad asumida como pura emoción plástica. Ahora, como ocurría entonces, el lírico espíritu del pintor también logra que las composiciones se formen sutilmente, entre pigmentos y aglutinantes, impregnando telas y maderas con fascinantes efectos atmosféricos.
En esta exposición del Centro de Arte Dasto hay, quizás, mayor despojamiento, fruto de una evolución sincera y una creciente austeridad. Los colores, hoy, se armonizan etéreamente, sin estridencias, con ocres y azules que compensan los contrastes y equilibran el romanticismo de Turner, la sublimidad de Rothko y el énfasis matérico del propio Díaz-Faes, amigo de la fibra de vidrio, que empapa para estampar su impronta en cada centímetro de soporte. Así, apenas existen intervenciones sobre la superficie, ni hay pinceladas o golpes de espátula; sólo presiones y tensiones de la materia al deslizarse, serena y esencial. Los elementos incorpóreos que protagonizan cada una de estas piezas no son evidentes ni narrativos, pero filtran una delicada vaporosidad cuya libertad de ejecución garantiza, en la contemplación pausada, esa constante deuda de Díaz-Faes con la naturaleza y la emoción estética.
En esas inquietudes creativas hay un noble interés por cumplir el viejo sueño romántico de tocar la “creatividad sin límites”, ese anhelo que, en cierta manera, ya heredaron los expresionistas norteamericanos de los años cincuenta. Quizás por eso, también es posible percibir aquí esa vasta retícula de matices, complejo universo de articulaciones luminosas y casi corporales que son el sustrato de la propia pintura. Enfrentarse, pues, a grandes cuestiones, con pocos recursos. Manchas, pastosidades, sedimentaciones del espacio, ritmo interior, color y sentimientos. Pintura, hasta el límite extremo. Luz y pintura, en un viaje imposible al infinito.
Ángel Antonio Rodríguez
2002
Las pinturas recientes de Alfredo Díaz-Faes se exponen, hasta el 16 de abril, en el Centro de Arte Dasto, de Oviedo, en el barrio de Tenderina Baja. Manchas, pastosidades, color, espacio y luz se funden en un amplio conjunto de gamas ocres y azules, que merece la pena contemplar.
En la exposición de Alfredo Díaz-Faes en el Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, hace año y medio, el pintor interiorizaba sus emociones a través de paisajes imaginados que, muy lejos de lo imitativo, descubrían herencias y referencias a la pintura romántica y el expresionismo abstracto. Ya entonces, la muestra se brindaba con texturas muy trabajadas, asumidas como emociones plásticas. Ahora, el lírico espíritu de Díaz-Faes continúa vibrando entre pigmentos, aglutinantes, telas, maderas y fibras de vidrio para dialogar con la pureza.
Hay aquí mayor esencialidad que antaño, sin tratar de impresionar al espectador con estridencias, con la economía de medios que proporciona el juego de ocres, verdes y azules, en pleno énfasis experimental. Es un proceso que trata de respetar al máximo el acto de pintar, donde el autor apenas interviene sobre la superficie dejando que la materia se brinde desnuda, serenamente. Esas inquietudes hallan matices en cada rincón del soporte, articulando luces y sombras con muy pocos recursos.
Lo más noble del resultado es, a mi juicio, el complejo juego pictórico que late dentro de esas texturas, abiertas a interpretaciones poéticas que fusionan huellas y surcos sin otra pretensión que disfrutar creando. Es, quizás, una sincera alegoría de la vida, fruto de una sensibilidad que inunda la obra de rugosidades y desvela un fantástico paisaje, de registros sureños y norteños.
Ángel Antonio Rodríguez
2000
El Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, en la calle de San Francisco, continúa cediendo periódicamente su sala de exposiciones a los artistas asturianos. En esta ocasión acoge la cuarta exposición individual de Alfredo Díaz-Faes Rojo, cuyas pinturas transcriben simbólicos paisajes interiores a través de las texturas limpias y atmósferas rojizas que caracterizan sus investigaciones recientes.
Díaz-Faes ofrece aquí una lectura compositiva eficaz, sin excesos ni carencias formales capaces de enmascarar sus intenciones. Así, el autor parece hablar de búsquedas espirituales, de ritmos rothkianos, soledades y sosiegos que conforman un conjunto uniforme pero rico en matices. El espectador, pues, puede analizar de cerca cada centímetro de cuadro para zambullirse en experimentaciones donde la materia cobra un protagonismo muy especial, subrayando una vena lírica que, como señala Javier Ávila en el folleto editado para esta exposición, cobra dimensiones que sitúan su trabajo en la tradición pictórica inglesa de los paisajes.
En este sentido, hay tonalidades que hacen guiños a la historia de la pintura romántica naturalista, lejos de la intención, representativa o figurativa, caminando desde cálidas gamas de color que manifiestan sutilmente los silencios compositivos de Constable o las exposiciones cromáticas de Turner. Díaz-Faes desarrolla estos velados homenajes con garantías suficientes para alejarse de mimetismos y colocarse en la actualidad inmediata, partiendo de un compromiso con los tiempos y un deseo que parece tratar de depurar, paso a paso, un lenguaje personal y sincero.
Javier Avila
2000
«Un paisaje no vale nada si no se es capaz de sugerir o expresar los sentimientos y las acciones de los hombres»
Samuel Palmer
En 1927 Christopher Hussey, basándose en las definiciones de Edmund Burke, atribuyó a lo sublime siete cualidades que lo caracterizaban: oscuridad, tanto física como intelectual; poder entendido como dominio de la naturaleza sobre el hombre; privación, como la sentida ante las tinieblas, la soledad o el silencio; inmensidad, tanto vertical como horizontal quedando subsumida en ambas la escala relativa del observador humano; infinitud tanto literal como inducida por las dos últimas características de lo sublime: sucesión y uniformidad, que son el origen de la idea de progresión sin límites.
Tras largos años de dominio de la abstracción irreferencial, una serie de artistas plásticos han vuelto a fijar sus ojos en otras épocas históricas. El tema en que sitúan su mirada gira alrededor de la recuperación de lo distante, de la categoría estética de lo sublime, enunciada en el siglo XVIII.
La pintura es para Alfredo Díaz-Faes un lenguaje específico que hace posible el tránsito desde la «visión externa» a la «contemplación interna». De ahí la importancia de la sensación, estado híbrido que pertenece tanto al sujeto percibido como al sujeto que percibe.
El pintor romántico no se limita a plasmar lo que ve con sus propios ojos, sino que quiere reflejar los sentimientos y las emociones que le producen lo que tiene ante sí, las graduaciones tonales que esto adquiere en función de la luz y la distancia.
La experiencia existencial suscitada por la mancha y la inmersión en el paisaje cobran una evidente dimensión romántica que sitúa el trabajo de Alfredo en la tradición pictórica inglesa de paisajes. No se trata de refugiarse en un estilo antiguo o de volver al clasicismo, por el contrario, los ejemplos y los momentos históricos en que se fija su obra son diferentes y anticlásicos. Lo que tiene en común es una relación con el paisaje, la forma de vivirlo.
Gran parte de la pintura y la escultura de todos los tiempos ha derivado de la naturaleza. Cuanto más trata de ser fiel reproducción de la naturaleza, más se aparta de ella y se convierte en abstracta, simbólica y alejada de todo realismo.
Rubén Suárez
1999
Ganador del premio de pintura convocado el pasado año en su primera edición por la galería Dasto, destinado a obras de pequeño formato, Alfredo Díaz-Faes realiza ahora la exposición a que le daba derecho la obtención de dicho premio y que es su tercera individual, tras dos anteriores en las galerías Altamira y Cimentada.
Formado en el taller de Humberto, este pintor asturiano se preocupa especialmente por las calidades de superficie con la incorporación de fibra de vidrio que, fijada con un componente aglutinante, consigue una peculiar consistencia con un ligero relieve en sus composiciones. Si añadimos su atención a los valores del color en una paleta muy reducida cercana a lo monocromático, podríamos considerar su obra como una abstracción de texturas si no fuera porque en ella aparecen también alusiones figurativas evocadoras de la naturaleza y en concreto del paisaje. En esa ambivalencia se mueve su trabajo actual, de mayor interés y homogeneidad que la obra anterior, parte de la cual se muestra, asimismo, en esta exposición. A partir de la técnica por la que se ha inclinado y de las valoraciones cromáticas, Alfredo Díaz-Faes está ahora en un punto de exigencia de profundización en su propia obra; no olvidemos que su trayectoria artística es aún breve, que le permite una mayor diversidad dentro de la unidad de su creación plástica.
Ver recorte de prensa
Jaime Luis Martín
1997
Enmarcado en una línea de abstracción geométrica, con influencias muy manifiestas del grupo “Der Blauer Riter” fundado en Alemania en 1911 y especialmente de uno de sus miembros Paul Klee, Díaz-Faes retoma en esta exposición aquellas ideas compositivas para aplicarlas, sin duda este final de siglo en poco se parece a sus inicios, con diferentes técnicas y una visión más ecléctica, que a falta de grupo en el que apoyarse se traduce en una asimilación de conceptos y visiones, tamizado, claro está, por un mundo propio. En este sentido su preocupación por las texturas, la introducción de elementos figurativos en medio de las estructuras, el uso del “dripping” son algunos de los motivos que pueden concretar referencias, evidenciar eclecticismos y definir la obra.
La técnica empleada, óleo sobre fibra de vidrio, que maneja con destreza le permite resolver la composición con limpieza afrontando las fuerzas y tensiones producidas entre las diversas partes. Pero no sólo en el ámbito compositivo se manifiesta tal complejidad, el color como elemento esencial – con predominio de rojos, azules y ocres – juega un papel determinante, y en algunos casos como sería “Otra gente” y “Gente II” alcanza el máximo protagonismo configurándose como un recurso poético y dialogante de la obra consigo misma y con el espectador.
A mi parecer acierta en aquellas composiciones más sencillas y de gran formato, despojadas de todo elemento distorsionador, casi desnudas en su resolución final que no en su realización técnica, permitiendo que el color se exprese con toda su fuerza plástica y si se me permite sicológica evidenciando recuerdos, evocaciones interiores o tensiones en el propio devenir. Serían, también aquellos cuadros, en los que se introduce el “collage” caso de “La fábrica” o “El barco” una puerta abierta, aún no suficientemente desarrollada que permite aventurar las posibilidades expresivas, y en los que la perfección técnica queda relegada en interés, ciertamente acertado, de generar nuevas formas comunicativas.
El camino iniciado con grandes aciertos – Punto de partida titulaba Francisco Montes el texto realizado para su primera exposición individual celebrada en 1996 en la Galería Altamira – permite entrever las posibilidades de Díaz-Faes, su fuerza compositiva, su inquietud en abrir vías de expresión propias y lo que sin duda sería su aportación: un lirismo plástico de resuelto colorido que se convierte en protagonista de la expresión. En este sentido cabe aventurar sin temor a equivocarse que el punto se ha convertido en una línea.
Francisco José Montes Valdés
1996
La presente exposición de Alfredo Díaz-Faes Rojo (Oviedo, 1960) es la primera aparición individual en una galería, Altamira de Gijón, tras años de comparecer mediante colectivas. Para tal ocasión ha elegido dieciséis propuestas, en concreto, la obra pictórica más reciente fechada entre 1992 y 1996.
Díaz-Faes demostró en su infancia dotes para el dibujo alcanzando alguna recompensa durante su etapa escolar; luego de una manera autodidacta, en la década de 1980, realizó copias del natural y paisajes urbanos y rurales; posteriormente, se dedicó durante su paso por la Universidad al cómic y la ilustración. Ya en 1990 decidió reforzar las dotes intuitivas con las que contaba y asistir a las clases del taller experimental de Humberto, donde la enseñanza del veterano artista ha ejercido un notable influjo sobre sus planteamientos; en ese marco Díaz-Faes se ha ido moldeando mediante un profundo estudio de la historia y una continua práctica e investigación en las técnicas y aplicaciones, como se aprecia en las obras que presenta a esta exposición.
Alfredo Díaz-Faes desde las iniciales obras fechadas en 1992, que corresponden a una etapa de escasa producción, y en años sucesivos, va paulatinamente despojándose de las referencias y admiraciones que profesa a grandes creadores de nuestro siglo (Millares, Miró, De Kooning, Klee) tanto en los gestos, los materiales, las técnicas: arpillera, fibra de vidrio, dripping, monotipo, etc, es el caso de los títulos referentes Visión del artista (1993), Futuro que se acerca (1993), Cometa (1994), y con los formatos intercambiables que le caracterizan (92 x 73 y 81 x 100 cm.) se ha ido decantando a partir de 1995, con la aparición rotunda del azul, que marca el inicio de una prolífica serie, por una plástica más personal; en esta nueva fase incorpora a los rojos, verdes, amarillos, ocres, colores elementales aplicados sin refinamiento, unas panorámicas visiones topográficas, realizados a partir de esquemas previos en papel continuo, parten de una idea, síntesis previa de la apariencia, que esboza y luego añade color; de los que conserva en su taller decenas en cuya composición quedan vestigios de interés por el cómic, claros elementos étnicos de las culturas indígenas y una profunda visión personal de resultado prometedor, como es el caso de Mapa (1995), Dunas y Fuego (1996), obras que vencen la dificultad de plasmación sobre el doble soporte fibra de vidrio y lienzo.
Belén Díaz-Faes
2005
He atravesado la puerta de esta sala en busca de un estimulo para mi iris que me llegase dentro. En sus paredes cuelgan atrayentes ventanas abiertas a un mundo de color que invitan a asomarse y sin dudarlo me he colado en cada una y me he llenado de su todo...
Me he elevado en una escalera sobre el mar para sentir la plenitud de ese cielo y ya repleta de su azul me he lanzado de cabeza al océano, donde he vaciado en el agua este color para convertir las nubes en mar.
He buceado bajo las olas de un mar embravecido. Ellas me han llevado sin quererlo a la orilla de una playa abandonada. Me he quedado inmóvil, unida a la naturaleza, tocada por el vaivén del agua que se evapora en mi cuerpo convertido en sal.
Al atardecer he caminado sobre campos que antes solo habitaban en mis sueños, rodeada de praderas iluminadas por los últimos rayos de un sol que muere en la hierba.
Me he introducido en un bosque. Me he deleitado al observar coloridos frutos. Uno a uno los he escogido para llevarlos a mi boca y jugosos se han deshecho llenándome de agua.
He paseado por un puerto, envuelta por el olor a salitre y a algas, mecida por el balanceo de los barcos que intentan escapar del hastío, sumergida en el bullicio de las lonjas donde los pescados pasan de mano en mano.
He buscado un barco que me lleve a otro horizonte, ese que no puedo tocar porque solo existe en el infinito, tan lejos que solo mi mirada lo alcanza.
He navegado hasta el límite de una tierra antípoda para escapar de la noche y llenarme de la luz más lejana que pueda existir.
El día se ha desvanecido y la tierra se ha apagado bajo mis pies para despertar un cielo titilante de brillantes figuras. He ascendido al espacio para alcanzar esa constelación y al tocarla se ha escurrido entre mis dedos.
Perdida bajo un cielo sin luces me he caído en un abismo que me ha hecho descender a la profundidad de una mina, donde el color de la naturaleza se confunde tanto con la noche que me ha sumergido en un profundo sueño.
Al despertar estaba de vuelta en mi mundo, de nuevo frente las ventanas abiertas de colores y entonces te veo a ti en la puerta y te invito a que me acompañes en este viaje de emociones.
Benito de Diego González
2016 Publicado en Domus Didaci
En el pintor Alfredo Díaz- Faes, (Oviedo, 1960), se concreta el significado exacto del concepto vocación, pues desde edad muy temprana atendió a la llamada del arte de forma autodidacta, hasta encontrar taller y maestro, que concretaron su carácter y método artístico, que ha seguido con rigor, investigando a la vez sobre materiales y procedimientos.
Siguió este camino agonal, en el que, con aciertos y desaciertos, con éxitos y fracasos, acontecidos en la soledad de su estudio, ha llegado a dar con el soporte en el que plasmar sus ideales de expresión plástica: la fibra de vidrio.
Y así como Josef Albers consiguió magistralmente que las superficies de sus pinturas fueran aterciopeladas y transmitan una sensación de movimiento, (mediante los trazos visibles y uniformes de la espátula y las variaciones en las densidades de los pigmentos, de color a color, de cuadrado a cuadrado, combinándose para crear una lene transparencia), de la misma forma Díaz- Faes logra poner transparencias, tonalidades y reflejos tornasolados en sus pinturas, con cierta similitud a los conseguidos por el maestro de la Bauhaus.
Aquí ha llegado Díaz-Faes, quien, como dice Ana María Fernández García, de la Universidad de Oviedo, en el catálogo de la exposición que presenta la galería Orfila, “domina como pocos las posibilidades de la fibra de vidrio, aplicada con delicadeza y gran pericia técnica, en obras que sonsacan su infinita riqueza de matices y posibilidades visuales”.
Si la obra de Diaz-Faes tiene concomitancias con Albers, desde el punto de vista conceptual del tratamiento del color y sus matizaciones, en esta colección el artista presenta cuadros en los que parece querer pintar sensaciones.
En efecto, a Díaz-Faes le interesa la expresión de emociones humanas básicas más allá de cualquier relación en la combinación de los colores, o la interacción entre fondo y forma. Sus cuadros apelan a nuestras reacciones emocionales al color, como Mark Rothko lo hizo en su momento.
Lo cual se comprueba, asímismo, tanto en sus creaciones de línea constructivista y kleesiana, en donde la vibración y el contrate cromático es la tónica de las obras, en las que los colores y sus complementarios juegan a captar la emoción del espectador, como en sus creaciones suprematistas, que Malevich inauguró. En todos ellos la fibra de vidrio es el elemento esencial a su estructura formal, aplicado, generalmente, en forma de collage.
La versatilidad estilística de su obra da idea de la capacidad creadora de este artista abstracto.
Ana María Fernández García
2016
El pintor Alfredo Díaz–Faes (Oviedo, 1960) sintió desde siempre una profunda atracción hacia el arte, interesándose de manera autodidacta por la ilustración y el cómic, hasta que en 1990 comenzó a asistir al Taller Experimental de Humberto. Fue entonces cuando comenzó a definir un estilo personal que, desde 1994 en formatos colectivos y desde 1996 en muestras individuales, ha logrado importantes galardones y el entusiasmo de la crítica y del coleccionismo. Y lo ha conseguido con grandes dosis de esfuerzo y experimentación continuada en su estudio, con horas de ensayo y con una evidente capacidad de reinventarse como creador.
Hoy por hoy Díaz-Faes es un artista que domina como pocos las posibilidades de la fibra de vidrio, aplicada con delicadeza y gran pericia técnica, en obras que sonsacan su infinita riqueza de matices y posibilidades visuales. Creo que en esta exposición se condensan sus tres grandes grupos de preocupación plástica, con modalidades técnicas diferentes, trazando una semblanza artística del creador, a modo de resumen de su trayectoria profesional.
En primer lugar, tanto en gran formato como en cuadros más íntimos, hay un grupo de obras que pudieran denominarse “romántico-líricas”. Un romanticismo transcendente, no carente de una delicada emoción estética donde las formas y colores de la fibra se sedimentan creando efectos atmosféricos, originales interferencias de luces e impresiones donde el azar y la alusión a la naturaleza se amalgaman de manera magnífica y refinada. Como Rothko, el artista ha logrado composiciones silenciosas que parecen exudadas del soporte y que funcionan, por una parte, como una suerte de testigo paleontológico de la universal memoria visual y, por otra, como una constatación de impresiones lumínicas sobre el color local. En cualquier caso son cuadros pausados, limpios de factura, con efectos vaporosos, sin estridencias. Adivino en ellos una moral plástica muy clara, porque nunca se plantean como una idea sobre el mundo y sus realidades, sino como una idea en sí mismos, como un estado del ser universal que no responde a algo concreto ni localizado, dramatizado por Díaz-Faes por la fuerza del sentimiento.
Otro segundo grupo de obras, que podría denominarse “rojos mágicos” parafraseando los “cuadrados mágicos” de Paul Klee, se plantean como recortes de fibra de vidrio de colores intensos, con el carmín como protagonista. En ellos las transiciones de planos son abruptas, se obvia la evanescencia y el silencio del grupo anterior, porque hay una sonoridad visual de contrastes, de ritmos y de formas. Se pierde el sentido matérico y la impresión de vestigio geológico, para explorar caminos que tienen que ver más con lo antropológico. Son cuadrículas polícromas, a veces cubiertas de pictogramas a guisa de formas aisladas de un sintagma de representación. Cualquiera puede ver que no tienen un discurso congruente sino que operan como elementos reciclados, de-construidos, como un puzle de múltiples elementos plásticos significantes, sean planos o signos. En estos cuadros tan atractivos visualmente no hay sólo, como afirmaría Derrida, un fenómeno de comunicación sino también de significación (por afirmación o por negación) del símbolo. Formalmente las relaciones cromáticas son magníficas, tanto que parecen una lección de Johannes Itten en la Bauhaus, porque trabajan como un autodescubrimiento intuitivo y abstracto del color, el movimiento y el tiempo.
Por último es necesario referirse a un tercer grupo de obras, aún más audaz pictóricamente y que demuestra la constante revisión de los resortes creativos de Alfredo Díaz-Faes. Lo constituyen piezas concebidas como collages, con recortes de fibra de vidrio dispuestos sobre un fondo blanco. Se percibe una concepción distinta a pesar de trabajar con los mismos materiales. Hay un sentido lúdico, divertido, imaginativo y, también, comunicativo, que pierde la presión metafísica de comprensión y aprehensión del mundo, y se sustancia en un sentido más narrativo, aunando elementos geométricos y sistemas orgánicos. Funciona como un suprematismo colorista, con formas que flotan en un espacio limpio donde el espectador cree descubrir historias, pero donde lo que realmente existe es una pulsión rítmica de colores y formas.
En los tres grupos, cada obra ha comenzado como una nueva aventura, como un drama interpretado por formas y colores, y ni unos ni otros están previstos anticipadamente. Con la práctica diaria de un monje en su taller, Alfredo Díaz-Faes va gestando el milagro de cada cuadro, a través del diálogo entre creador y materia, y sólo después de terminado se convierte en un extraño, se añade un título y se revela como drama renovado, visual, mental y referencial, para los espectadores.
“El color me posee, me posee para siempre”, decía Paul Klee explicando su condición de pintor en un momento en el que el problema cromático se había llegado a considerar como una tema estrictamente decorativo. Y este aserto sería también aplicable a la producción de Díaz-Faes. El color disfruta en sus manos, se violenta en sus composiciones y acapara los mensajes visuales, unas veces sonoros y otras silenciosos, estridentes o sutiles, connotativos o denotativos,… pero siempre valientes y sinceros porque son el testimonio de una vida artística entregada a la verdad.
Jaime Luis Martín
2018
La pintura de Alfredo Díaz-Faes (Oviedo, 1960), autodidacta, aunque asistió durante un tiempo al Taller Experimental de Humberto, se caracteriza por una enorme honestidad y un no menor esfuerzo por experimentar con las posibilidades de la fibra de vidrio, técnica que domina en “obras que sonsacan –como expreso Ana María Fernández García en el texto para la galería Orfila (2016)- su infinita riqueza de matices y posibilidades visuales, en un proceso al que se refiere Arthur C. Danto en “Abstracción” que lleva al abandono de la realidad que vemos con nuestros ojos y como consecuencia a la “despictorialización” que caracterizó a las vanguardias. Viene esto a propósito de los últimos trabajos de Díaz-Faes en los que despliega un paisaje informal y barroco con más fuerzas y pliegues que sus puzles de color que tanto recordaban a Paul Klee.
La pintura vivida no solo como una experiencia plástica sino personal, corporal, máxime en las obras de gran formato en las que el artista se pelea con el espacio y van quedando las huellas, las espesuras, las densidades, los destellos, los deslumbramientos lumínicos, las zonas más transitorias, las de menos intensidad, las oscuras con más pesadez superponiendo capa sobre capa frente a la ligereza de otras superficies aligeradas y transparentes, las distintas atmósferas: lírica, romántica, dramática. Masas, movimientos, manchas, restos figurativos o geométricos que se adivinan como un gesto solidificado, como un sentimiento encarnado, metáfora de la corporeidad de la pintura. Y las sensaciones que evocan los colores del agua, del otoño, colores que se intuyen, indeterminados, de tormentas, de bosques, de sueños, de fondos acuosos, los azules, los verdes, los marrones, un cromatismo sugerente e insinuante, a veces intempestivo y, en ocasiones, sosegado y silencioso.
Pero en esta personal abstracción la materia tiene una gran importancia, la pintura se materializa, se vuelve piel de fibra de vidrio, una belleza que nos tienta a tocarla con la promesa de nuevas sensaciones.
Rubén Suárez
2018
Intensidad en la presencia de la naturaleza, con escasa evidencia figurativa, y especial interés por la materia y la textura.
A lo largo de la vida de la reciente historia del arte, siempre se procuró reservar un lugar diferenciado para aquellos pintores, también llamados impresionistas abstractos, en cuya obra y con independencia que se declaran dentro de la abstracción, se patentiza la presencia de la naturaleza con mayor o menor evidencia figurativa. Ese me parece el caso de Alfredo Díaz-Faes (Oviedo, 1960), un artista que aunque se deja ver con escasas exposiciones individuales viene realizando desde hace bastante tiempo una muy interesante y personal pintura, desde que, como en tantas otras ocasiones ha sucedido, su asistencia al taller de Humberto le descubrió una nueva manera de ver el arte y de terminó el comienzo de una apasionada trayectoria de creación plástica.
Lo que no comprendo es el afán que parece tener por desprenderse de la condición, o para el caso etiqueta, de lo figurativo. Lo digo por una entrevista con Eduardo Lagar en este periódico hace unos días en la que, entre otras cosas en el mismo sentido, declaró: "La pintura figurativa puede ser importante para desarrollarte, pero luego la tienes que olvidar". ¿Por qué?, ¿quién ha dicho eso?. Lo cierto es que se pinta como apetece o se necesita pintar, y la cuestión abstracción-figuración como enfrentamiento o dicotomía es algo que ya ni suele plantearse. Pero en cualquier caso, y por si le sirve de algo, diré que el cuadro que más me ha interesado de esta exposición es el que resulta más decididamente abstracto: "Búho nocturno", con sus óxidos entre los verdes y azules que seguramente le gustarían a Matarranz, aunque en su caso serían metálicos y en este orgánicos.
No sé si por apartarse de la apariencia figurativa o por interés de investigador de la materia, Díaz-Faes utiliza la técnica de pintar sobre fibra de vidrio en el soporte de lienzo o tabla. Siendo su concepción plástica de carácter romántico, como el propio artista asegura, esta técnica sugiere sin embargo un especial interés por el análisis constructivo y la obtención de texturas y calidades sobre la superficie pintada, en el momento de la formalización, lo que es más propio de la abstracción matérica. Quizá las tensas membranas blanquecinas que se extienden por el cuadro dando solidez y estabilidad a la composición, tengan parecida intención a la que terúa Seurat con el divisionismo y la ordenación del campo pictórico, cromática y de pincelada, para huir del toque fragmentado y la disolución de formas por la luz del impresionismo. A fin de.cuentas, Pisano dividla a los impresionistas entre "científicos", que eran Seurat y Signac, y "románticos", que eran todos los demás, y puede que Alfredo Díaz-Faes quiera conciliar el interés estructural por las texturas de la materia con la espontaneidad de la visión instintiva de la naturaleza. En cualquier caso, se puede ser abstracto o figurativo, científico o romántico o todo ello a la vez; lo que importa es la obra, y la suya es de interés y calidad, un trabajo que acredita tanto personalidad como buen manejo de los elementos plásticos y también una voluntad de evolución y experimentación en la creación pictórica. Veremos si finalmente la abstracción se impone definitivamente.
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